11.25.2006

Nota de Alternativa Teatral

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Tornasolita
Por Sonia Jaroslavsky

¿Cuántas veces nos dejamos arrastrar por una simple frase de una canción y la repetimos y la repetimos hasta el cansancio? De ese garabatear con la voz, ¿no surgen nuevas versiones superpersonales de nuestras canciones favoritas? ¿Cuántas veces repetiste el aullido “¡Auh!” del tema Lobo en París, porque justamente te acordabas más de ese grito que de toda la letra? ¿Y el “And I’ll survive, I will survive.¡Hey, Hey!” de Gloria Gaynor? ¿No fue-es un clásico que no paraste de gritar en todas las festicholas? Así, cada uno podría buscar en sus arcas su propio ejemplo, con relación a su edad, generación y gusto, claro está.Bueno, Casandra da Cunha, hace todo esto y mucho, pero mucho más. La actriz y cantante que se presenta en No Avestruz con su espectáculo Tornasolita, es una mujer que se dejó atravesar por las sonoridades que propone el hecho de escuchar canciones en otros idiomas (desde Prince a la Gaynor). También nos puede sacudir con el imaginario que dispara el tarareo de una melodía de Alfredo Zitarrosa o algunos textos de Juan Rulfo.De ese juego cosechó nuevas letras, que se estructuran en historias animadas por sus personajes. La actriz explora, a partir de la improvisación, el cruce de la actuación y la música, y deja entrever una dramaturgia exquisita. “Esto sucedió, por ejemplo, en la canción de Patti Smith, “We three”, que se transformó con la búsqueda de una versión propia, a la que titulé “Lenguaje broken en words”. El sonido de las palabras en inglés pensadas desde el castellano fue construyendo imágenes sueltas, inconexas, que parecen desvanecerse como las imágenes de los sueños, pero, que el oyente intenta conectar por una necesidad imperiosa de su psiquis. Ahí va mi juego, un mecanismo que salvando las distancias, se vivencia en las películas de David Lynch, aunque muchas veces me pregunté cuál era su secreto y la verdad es que no logré descubrirlo.En cuanto al mío, puedo decir, que es el del desplazamiento del lenguaje, ya sea del idioma inglés al español, o del teatro a la música, o del groove de Gloria Gaynor a la zamba de Zitarrosa. En el instante en que se produce el desplazamiento, ocurre eso que busco y que –con un hilo mínimo de voz, como el de una persona tímida expresando su deseo- podría llamar “una poética”, explica da Cunha.Uno podría pensar en una formación exclusivamente desde el canto y una exploración profunda sobre el trabajo de la voz, pero la actriz y cantante se nutrió de varios maestros y diversas técnicas. “Te diría -cuenta- que ha habido distintos compañeros de ruta que, a grandes rasgos, se concentran en lo que puedo llamar tres etapas en mi vida: una primera, marcada por la disciplina, leyes rigurosas, una infravaloración de la expresión, de la necesidad personal; una segunda, donde valoré la libertad total a partir de la apropiación de diferentes técnicas y una última, de disolución”, afirma la actriz y continúa; “en la primera etapa, mi maestro fue mi hermano Víctor, percusionista, multi-rítmico y multi-idealista. Él me abrió a la experiencia de explorar en vivo. Después vino la ley, de la mano de Pablo Guevara, actor, bailarín que vivía en Cuba y a quien conocí trabajando de bailarina en el Teatro Alvear (cómo llegué a trabajar de bailarina en el Alvear es algo que no podría explicar). En esa época asimilé también diversas técnicas físicas: contact, danzas africanas, Graham, artes marciales. Por último, siento que la vuelta a la libertad fue acompañada por Pompeyo Audivert, con quien me relacioné primero como fan y después como eventual colaboradora en su estudio (dando clases de trabajo vocal). Él dejaba en sus espectáculos Derrumbes o Lomorto un espacio en el que me dejaba hacer lo que quisiera. Así volvió la valoración del capricho, el riesgo, la expresión y una suerte de composición espontánea: llegar con ideas incompletas y darles forma ahí, en vivo, con el aval invalorable de Pompeyo, un artista inmenso”.En Tornasolita se proponen dos actos con intervalo, donde hay cambio de personaje, vestuario y canciones. De esta manera Casandra Da Cunha nos cuenta cómo estuvo elaborada la propuesta: “No pienso demasiado. Lo que hago es arrastrar durante el proceso determinadas sensaciones que, a veces, se convierten en decisiones de último momento, ya que me valgo mucho de la urgencia, que junto al temor, el desconcierto, la batalla de ideas dentro del grupo, es lo que al fin deja salir cierto impulso decisivo. Pero en la primera parte, las sensaciones que se provocan son un poco las de la mina que sostiene todos los días, la de la mujer más común. Podría ser una oficinista de la que uno no sospeche ninguna interioridad o ninguna espiritualidad. En la segunda parte se ve el reverso de la misma mujer, exhibiendo la fragilidad, la herida, el desgarro. Ya no hay nada que sostener, está todo a la vista y lo que se ve es tristeza y voluptuosidad. Oí decir por ahí que el hombre siempre busca a su madre y la mujer a Dios. En estas mujeres los músculos del deseo persiguen a Dios con la torpeza de un potrillo. Y en casi todas las historias se trata de habitar los paisajes a los que es arrojada una persona –en este caso una mujer- cuando se presenta con total violencia la herida de amor. Son paisajes extasiados de soledad, de deseo, de infancia, de delirio. Es el destierro. La enamorada no comprende cómo es que está de pronto bailando sola en su paraíso de amor “¿no éramos dos los muñequitos de este baile? /¿qué hago yo acá, abrazada a mi sombra? ¿y qué hace esta gente mirándome?/ ¿Es la mujer loba abandonada cantando con el alma en pedazos la pieza clave para animar este universo?/Quizás./El desplazamiento del lenguaje es el verdadero eje que convoca al potencial amante-espectador./Complejizar, tal vez, los ardides, para mantener vivo el instante./ Evadir, contra toda tradición, los términos que se complacen en nombrar los soportes artísticos en una sola palabra, a lo sumo dos./La expresión desea acercarse al roce de lo innombrable./Que sea preciso acudir a la palabra poética para describir lo visto y oído”, suspira Casandra Da Cunha.

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